Después de darme cuenta de que el mundo no cambiaría para mí,
me resigné a esperar lo desconocido guardando el temor y las inseguridades para
las noches de insomnio y de “timbas” tardías.
Empezaba a darme cuenta de los cambios significativos que
había ido experimentando durante el año, pero la infantil inseguridad que uno
siente hacia lo desconocido es algo que nos acompañará hasta en nuestro camino
más simple. Aunque el deseo inaplazable de poner fin al último capítulo de tu
vida, escrito hasta el momento, se haga insoportable.
En ocasiones deseo volver a esas épocas en las que la
seguridad de lo próximo, del porvenir, era algo incuestionable. Era un camino
armado, un sendero recto, una línea sin curvas.
“Y así me dejé arrastrar por el viento, mecer por el agua,
camuflar por la arena pero, sobre todo, me dejé ir porque sabía que cualquiera
de estas vidas me depararía un futuro feliz.”
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