“Sentí que no valía nada, que todo
el esfuerzo que había puesto en lograr algo que nunca llegó no había sido
reconocido. Me había dejado la piel en un sueño hecho añicos y me había tragado
la amargura y el dolor para no dar a conocer mi estado de ánimo tan deplorable.
Ahora siento dolor, como tantas
otras muchas veces. Me miro al espejo y reconozco a la persona que me observa
detenidamente, sin embargo, me cuesta distinguir las facciones tan decaídas y
distantes que me devuelve la adolescente al otro lado.
Me cuesta comprender como todo lo
que siento en este momento se encuentra tan roto y sumido en un bucle tan
oscuro que no parece tener fin. Me cuesta creer como es que aún mantengo esta
esperanza sin argumentos que me dice que algo bueno llegará, cuando me he
cuestionado una y otra vez si la vida que vivo merece ser vivida.
Me he convertido en una autómata
que se mueve por inercia llena de dolor, sufriendo en silencio noche tras
noche, desvelándome en mitad de la nada sintiendo que caigo sin remedio en mi
propia miseria. Sintiendo que llorar a escondidas ha sido mucho peor que
hacerlo a los cuatro vientos.
Hoy siento que no quiero sentir
nada. Siento que la amargura que me persigue debido a mi fracaso no pronunciado
ha acabado por crear a una buena mentirosa. He terminado por convencer a la
cercanía más familiar que este fracaso personal no me importa una mierda.
Es tan triste escuchar los ánimos
forzados, ver las sonrisas de apoyo y
oler la peste de la mentira que hay veces que pensar en escapar produce incluso
un alivio que no siempre es pasajero.
Hoy creo que merezco una salida,
que merezco escapar de todo esto, que merezco respeto y compasión, porque estoy
cansada de llorar a escondidas, de perder constantemente, de este dolor tan
perpetuo que no me deja pensar como escapar en medio de la oscuridad.
Soñando que me quieren, soñando que
soy libre, soñando que no me mienten con hipocresía barata.”
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