“Puede que fuera mejor así…Quizá más vale acabar de forma
abrupta, cortar mientras la llama aún está encendida, que llegar a ese punto en
que la ternura se convierte en amabilidad, la necesidad en simple obligación.
Mejor echar algo de menos que acabar echándolo de más. Prefiero la nostalgia a
la rutina.” – Cristina
“Amor, curiosidad, prozac y dudas”- Lucía Etxebarría
Y es que me está pasando algo como lo que le pasaba a la
protagonista de la historia: yo, al igual que Cristina comencé a dejar todas
aquellas relaciones que se encontraban ardiendo de forma latente en mi vida. Sin
darme cuenta, los fui alejando uno a uno hasta acabar rodeada de un silencio demasiado
ruidoso.
Comencé por ese amor pasajero de otoño, por los amigos locos
de la casa del desahogo, por las viejas amistades de colegio, por los fieles
del norte y por mis allegados más íntimos. Fui acortando el radio hasta
quedarme en el centro del círculo de las relaciones de mi vida. Sola, con el
silencio que tanto pedía, con la soledad que me hacía falta…con la tristeza del
pasado.
Dejé de lado el yoga, los domingos de espiritualidad
compartida, las tardes de frío en alguna casa ajena, las sorpresas de alguna compañía.
Dejé de lado todo aquello que me había hecho tan feliz.
Abandoné a su suerte a todos los que temía perder. Cómo es la vida, ¿eh? Dejamos
escapar aquello que tememos perder por ser egoístas e inconformistas, por no
saber lo que queremos o por no saber distinguir el momento en el que lo
queremos.
Ahora estoy en esta situación: en el medio de mi círculo
desolador, necesitando como antaño el abrazo de alguna amistad que me perdone,
rogando por alguna de aquellas risas de verano que me saque de esta soledad.