Por allá quedarán las tardes de playa a las que nunca fui, los comentarios obscenos sobre “papito” y su séquito de unicornios salvajes (como “La Porno”, “Sacarina” o “Cromañón”) y las horas mal o bien invertidas en nuestra queridísima cafetería.
Pero por partes. No nos agobiemos.
El curso acaba, el estrés domina y los Red Bull se apuran en las bibliotecas más cercanas. Las ojeras, cual muerto, aparecen en los exámenes finales a los que, por diferentes motivos, tampoco asistí y las “cerecillas” revolotean al viento tafireño, escondiendo chuletas y apuntes entre abrigos de visón y maletas Rip Curl.
Se siente el olorcillo a verano aunque un tanto nublado por esta época tan odiada por los ingenuos estudiantes que no saben lo que realmente les espera: si una muerte rápida o una violación sin premeditación en la esquina más firme de la mesa.
La tristeza ante los suspensos deja paso a la nueva esperanza para la próxima convocatoria, mientras hago mi conocidísimo camino a la cafetería donde me recibe “la guarrona rubia” que nunca aprendió a sonreír.
-Un café solo, largo.-Le aclaro.
Soplo mi café, saco mis almendras y me las como a escondidas mientras ojeo la página de contactos del periódico local.
Hoy tampoco tengo ganas de estudiar.
Abandono la búsqueda de Pancho, mi granjero relativamente sincero, y me coloco en profundidad de periscopio a la espera de mi futuro “churri”, “cari”, “azucarillo” o de “Papá Oso”, que también me hace feliz.
Me encuentro a mi “desviado” favorito en una mesa cercana, su oficina, compartiendo una animada charla con el resto de villanos marujas.
-…entonces se abrió la cremallera del vestido y…-Contaba animadamente.
Comienzo a pensar que estas escenas dejarán de repetirse en un corto período de tiempo y que puede que esta sea incluso la última, la más memorable. Los observo detenidamente recordando que ingeniería no es para mí lo que creí que sería. Que quizás, a la corta o a la larga, acabe abandonado la exhaustiva carrera y que lo que más eche de menos, no sea el temario ni el esfuerzo sino las mañanas como esta, con ellos.
Este amor, que nace sin premeditación ni procedencia ha despertado en mí una adicción a las barbas, las almendras y al léxico español más soez.
Puedo decir que este año he aprendido muchas cosas. Pocas relacionadas con el temario educativo presentado para este curso. Que también es importante, sí, pero no me ha producido gran relevancia personal en comparación con el resto de elementos de mi aprendizaje.
Ahora me sé un amplio repertorio de canciones hipnóticas (gracias Gusgus) y de otras no tanto como las de Alaska y su banda de “maricas locas”. Ahora sé que el squash sorprendentemente sigue siendo un deporte, que los frutos secos despiertan una atracción magnética en mi, que los asientos de la 25 son un mito, que soy Lady Hielo a tiempo parcial, que el camarero es argentino y que mi límite está en dos jarras de cerveza (gracias también por eso Gusgus).
-¿Ven? Me siento lista.
Mi destino: Narnia. Salgo de la cafetería dispuesta a afrontar la aventura que supone la 25 a las dos en punto de la tarde, abandonando otro día productivo mientras pipupi pu pi pu pu pi pi pu……… (cosas de ingenieros).
Allá quedarán las noches de montaditos bajo la atenta mirada de algún profesor de tecnología, sonando una música celestial de fondo, algo así como “reeegresa a miiiii, quieeeremeeee otra veeez...” mientras el alcohol consumido va calmando los dolores y la 01 calentando los motores.
Otra vez a Narnia. Es algo de lo que no puedo escapar, siempre vuelvo a mi lugar de destierro tan lejos de mis locos, locos, villanos favoritos.
P.D. Perdón por el sentimentalismo añadido, es que se me metió una integral en el ojo y una “horandela” en el cerebro.
-Súper, ¿Estás ahí?