Estaba allí, subiendo por la montaña de la locura,
disfrutando de un momento irrepetible de esos que se quedan guardados para
siempre.
No estaba segura de a dónde iba. La música estridente sonaba
a todo volumen en aquel coche nuevo, mientras yo hacía de copiloto siguiendo
una carretera poco iluminada.
Siento el viento en mi cara, el sonido en el aire y la risa
escapando de mi cuerpo.
Soy tan feliz.
No quiero volver al mundo real. No me quiero bajar. No
quiero estar en ningún otro lado. Siento que el mundo no es nada porque yo soy enorme, siento
que estoy viajando sin rumbo y no me importa. Todo da igual.
Giro la cabeza y observo las luces de las casas que aún siguen
despiertas a esta hora. Sigo sin entender en qué momento se ha producido el
cambio que lo ha significado todo, sigo sin comprender cuándo he cambiado mi
forma negativa de pensar y ahora me alegro de estar siguiendo un camino sin
rumbo con gente a la que, de alguna forma, he aprendido a querer recientemente.
Ahora que los libros me reclaman, sé que extrañaré las
tardes de té y de filosofía casera en la habitación del desahogo. Lo extrañaré cuando las charlas sobre literatura ya no
sean algo accesible. Por eso y demás: gracias por regalarme este momento
inolvidable.
“Yo también
necesitaba esto.”
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