“Debí haber imaginado, después de tantas mañanas
interminables, que el único camino de vuelta a casa era el mismo que me había
traído a este sitio. Debí de pensar exactamente cuáles debían de ser mis
elecciones cuando tuve tiempo, cuando en mi cuerpo aún quedaban retazos de
infancia. Cuando era demasiado joven o demasiado ingenua como para tomar mis
propias decisiones.
Pero el final estaba tan cerca que la luz de mi túnel me
cegaba los ojos.
Ya no iban a existir palabras de ánimo ni exámenes de
recuperación cuando la vagancia hacía acto de presencia en el último trimestre.
Ya no iban a haber próximas veces ni nuevas oportunidades.”
Pero supongo que la mayoría somos así, suplicamos para que
las etapas de nuestra vida pasen rápido y sin muchos contratiempos, y justo en
la etapa de cambio sufrimos un arrepentimiento casi espontáneo que nos hace
desear, a veces con desesperación, volver al paso. Hacerlo todo de nuevo,
hincar los codos, quemarnos las pestañas, sudar gotas de sangre, estrujarnos el
cerebro y volver a desear, casi con desesperación, a que todo pase rápido.
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