Ganar o perder.
Es como jugártela a una respuesta. Hay un 50% de
probabilidades de acertar, de ganar, de llevártelo todo o de suspender. Todo a
una. Así sucede para todo, es esa delgada línea que separa los fracasos de las
victorias, es la mínima distancia entre el sentimiento implacable de derrota y
el de la felicidad propia de la victoria.
Nos pasamos la vida luchando batallas con nosotros mismos y
con el mundo, deseamos que lo malo pase rápido poniendo todo nuestro empeño en
algo que se lleva nuestras lágrimas, sudor y sacrificio. Olvidamos el paso del
tiempo y los momentos únicos que jamás se repetirán para encerrarnos en un
laberinto de tormento, entrenamiento, estudio, perfeccionamiento y aislamiento
para darlo todo, para no perder. Para ganar, siempre ganar.
"Esperaba algo más de ti".
Inevitablemente, en nosotros comienza a crecer el
sentimiento de victoria que en realidad es una especie de dolor en el pecho
mezcla de nerviosismo, cansancio y agitación. Respiramos profundamente y
dejamos que la vida y el destino elijan por nosotros. Se lo dejamos al destino porque sabemos que nunca seremos lo suficientemente buenos para aceptar nuestra derrota, ni lo suficientemente grandes, ni maduros. Es un golpe duro de encajar.
“Si merezco ganar,
ganaré”.
Mentira.
Puedes darlo todo, puedes sacrificar cada parte de tu vida,
merecer como nadie ganar y perder estrepitosamente. No es una estadística, no
se trata de esa mitad ganadora, se trata del dichoso fracaso porque nos cuesta
mucho asimilar que perder también es una opción, nos cuesta entender que incluso dando
lo mejor de nosotros mismos siempre existe la posibilidad de la derrota.
“Me he matado estudiando y he suspendido”.
Pongamos que no, que por la gracia del destino, de entre un
montón de personas, ganas y todos los méritos y aplausos van para ti. Te
entregan el trofeo y sientes que tu trabajo ha merecido la pena. ¿De verdad lo
hace, mereció la pena?
Miras al trofeo, observas los detalles de un primer premio
curtido por el esfuerzo y la lucha. Muchos habrán hecho el mismo trabajo que tu
o quizás incluso han trabajado más fuerte, se habrán esforzado más o habrán
sacrificado más cosas y son ellos los que te observan desde abajo, contemplando
tu éxito mientras nadan en el dolor del fracaso.
Está bien, te has partido el alma, has dejado que el tiempo
pase, has sacrificado una parte de tu vida para dedicársela al esfuerzo, has
dejado de salir con tus amigos o a compartir momentos con tu familia para
intentar luchar por ese trofeo, y ahora que ya lo tienes en la mano, ¿qué?
¿Dónde está el tiempo, el esfuerzo, la familia y los amigos?
“¿Qué significa ese trofeo?”
Significa la
satisfacción material de saber que eres bueno en "ese algo" por lo que tanto has trabajado,
significa que hay gente que lo ha intentado al igual que tu y que no tiene la
posibilidad de sostener un trozo de victoria. Significa que has perdido muchas
cosas y que has dejado pasar también muchas cosas. Solo es el reconocimiento de
un esfuerzo, de la meta del sacrificio personal e individual y aún así no puedo
parar de preguntarme:
Vale, he ganado,
¿Y ahora qué?