"Me desperté.
No como cualquier mañana, ni como cualquier día sin
compromisos. Me desperté y al hacerlo supe que todo lo que conocía como cierto
había desaparecido de mi mente.
¿Quién soy?
Una pregunta simple para una respuesta aparentemente simple
obviando el hecho de que en realidad no tenía ni idea de cuál era mi nombre.
Apartando las sábanas descubro un cuerpo desconocido para
mis ojos. Puedo mover esos pies feos de uñas rojas, puedo flexionar las piernas
delgadas y sentir la suavidad de esta cama vacía, pero me es tan raro pertenecer
a este cuerpo que el simple hecho de mover las manos para tocar mi rostro me
aterra.
Aún así, me obligo a salir de la cama, a caminar por el
oscuro pasillo y a centrarme en la búsqueda de un espejo. Tras una puerta de
color blanco en la que pone “Olivia” con letras infantiles, encuentro un espejo
de tamaño mediano decorado con dibujos de bebé.
¿Tengo una hija?
Este pensamiento nubla momentáneamente la orden infalible de
la búsqueda de un espejo. Si antes estaba aterrada ahora siento pánico. Doy
vueltas por la habitación intentando buscar sin éxito alguna respuesta a mi
última pregunta.
¡¿Tengo una hija?!
Al girar, sin mucha gracia, me encuentro cara a cara con una
mujer de expresión desquiciada. Sus grandes ojos marrones recorren mi cuerpo
desde la cintura a la cara y vuelta a empezar.
Yo, quiero decir, ella, esa adulta desconocida, con algunas
canas asomando en su pelo negro, me observa tan profundamente que siento mis
mejillas arder. La mujer al otro lado se sonroja a la par.
Me cuesta mucho relacionarnos a las dos, me cuesta entender
que somos la misma persona, que rondaré los cuarenta y cinco, que tengo una
hija, que no sé quién soy y de que en realidad soy esa mujer."
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