El tiempo.
Lo increíble es que hace unas semanas había entrado en
pánico pensando que todo lo que había ido cultivando se iría con la primera
tormenta. Ahora, cuando todo parece volver a su sitio, es cuando logro verlo
todo en perspectiva, con una imparcialidad sorprendente incluso para mí.
Él ha vuelto, nosotros volvemos a ser los mismos y todo
vuelve a la normalidad.
Me sorprendo ahora de la actitud que tomé por aquel
entonces: entrando en pánico al instante, sintiéndome culpable y triste al
mismo tiempo, implorando por un cambio, una señal, un “algo” que devolviese
todo a su sitio.
Con los días, las cosas volvieron a establecerse. Pasé de la
tristeza a la aceptación, del pánico a la comodidad y me resigné, sin mucho
problema, al cambio.
“Tampoco se está tan mal. De hecho, no se está nada, nada
mal.”
Tras la vuelta del retiro, la energía renovada y la
tranquilidad de la estabilidad, llegan las noticias frescas, los “¿por qué?” y
los “¿y ahora qué?” y me zambullo a pensar en qué pasará ahora que ya me había
acomodado en este nuevo ambiente.
De pronto, las viejas costumbres me parecieron enemigas, las
antiguas bromas me sonaban a tragedia y las esporádicas caricias de antaño me
parecieron ajenas y demasiado ardientes.
“¿Quién eres y por qué estás aquí? Con lo cómoda que yo
estaba en la tranquilidad de la seguridad de saber que había aceptado que tú ya
no estarías.”
El tiempo…
Me ha devuelto algo que no estaba preparada para perder pero
algo que no estaba segura de querer devuelta.
Miedo al cambio. Pánico a no saber cómo adaptarme a él.
¿Qué será de mí sin él? ¿Qué será ahora conmigo? ¿Qué será?
El tiempo lo dirá…supongo.