Le dije adiós con la creciente esperanza de un nuevo
reencuentro.
Abracé ese cuerpo cálido y familiar que me transportaba a mi
infancia más feliz y le deseé buen viaje, a pesar de saber que posiblemente lo
nuestro solo fuese una relación de distancias largas, sujeta por la frágil sinceridad
de unas líneas a veces forzadas y alguna "llamadita rápida" siempre por la noche.
Me despedí velozmente intentando ahogar las lágrimas que
asomaban por mis ojos. Traté de que la tristeza que sentía en aquel momento no fuese
palpable y procuré camuflarla con una broma de poca gracia y una sonrisa que
pretendía ser tranquilizadora.
“Nos vemos”- Le dije, pero dentro de mi supe que si la vida
nos volvía a juntar ya no seríamos los mismos.
Que si por un casual hubiese otro reencuentro sabía que, a
pesar de las palabras y las llamadas rápidas, tendríamos que aprender a
conocernos otra vez. Tendríamos que tantear nuestros límites de nuevo, navegar
entre el mar de la incomodidad y, como siempre, la despedida más amarga nos
esperaría al final de nuestro viaje.
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