He tenido un fin de semana atronador. No he parado ni un
solo minuto, es más, se podría decir que mi “finde” comenzó el jueves ya que
como aquí en España no hubo clase el viernes, todo el mundo estaba preparando fiestas y
salidas.
Pero el punto no es este, la cosa es que me las arreglé para
que nada me coincidiese con nada. El jueves me pasé la tarde-noche en la casa
de unos amigos. El viernes fui a pasar el día a las montañas al cumple de una
amiga. El sábado me levanté a las siete para ir a yoga y me quedé por la tarde
a tomar un té con los compañeros. Por la noche me tomé la guagua para ir al
norte y salí con otros amigos. El domingo me lo dejé para dormir y descansar un
poco hasta las seis que me fui otra vez a yoga y volví a casa como a las once o doce de la noche.
Mi curiosidad surgió el lunes, cuando me levanté con el
cuerpo destrozado y llenó de agujetas. Estaba cansada, me dolía todo el cuerpo,
la cabeza me daba vueltas buscando alguna otra actividad pendiente que
requiriese mi atención…en fin, un desastre, pero es que dentro de todo ese
desastre me sentía feliz. Completamente feliz. Había hecho lo imposible para
estar a la hora en todos los sitios, me había buscado la vida para coger las
guaguas y enlazar todas las actividades, había preparado comida para la salida
a las montañas y me había aprendido la clase de yoga para el sábado ya que me
tocaba presentarla a mí.
Y es que dentro de todo este caos yo tenía un orden
milimetrado y con cada nueva actividad me sentía como más dispuesta a
realizarla. Me decía “vamos que se te hace tarde”, “la guagua pasa dentro de
quince minutos, voy a salir ya por si las dudas”, “voy a dejarme la ropa
preparada para mañana” y cosas así.
Hoy he tenido que subir a la azotea a lavar y colgar la ropa.
He estado cuarenta y cinco minutos buscando excusas para retrasarlo y cuando he
subido no he puesto ningún tipo de esfuerzo en poner la ropa cuidadosamente o
centrarme en las cantidades de detergente. Cuando he subido la segunda vez a colgarla
no me he molestado ni en poner las pinzas.
Cinco horas más tarde tuve que ir a la ferretería a comprar
una bisagra y he estado veinte minutos negociando con mi madre para que mandase
a mi hermana. No hubo caso.
Dos acciones. Dos que no implican mucho esfuerzo.
Dirán: “es que las cosas que uno hace para sí mismo y que
encima le gustan, las hace de buen grado y de buena manera”. Pero es que a mí
no me apetecía hacer todas las cosas que hice, o no me sentía preparada o
estaba cansada o no era el momento adecuado, pero aún así lo hice y guardo
muchos recuerdos y momentos que seguro que no se volverán a repetir.
¿Por qué las acciones cotidianas no despiertan el mismo
ánimo? Entiendo que la tarea de la ropa no despierte un sentimiento de "exaltación superlativa", pero a mí me encanta caminar bajo la lluvia y hoy
sorprendentemente ha llovido en Narnia, por lo que el paseo a la ferretería
debería haberme agradado o eso debería haber despertado mis ganas de pasear. Pero
no.
Creo, después de todo este rollo, que lo que pasa en
realidad es que no nos gusta que nos manden. No nos gusta acatar órdenes y eso
es lo que suele ocurrir con las acciones cotidianas (por lo menos a mi me
sucede así). Mi madre es la que suele decirme este tipo de cosas: “cuelga la
ropa” “¿Puedes ir a la ferretería?” “¿Puedes ir a comprar el pan?” Pero es que
cuando tengo que subir a lavar algo mío y estoy sola en casa eso es lo que
tiene prioridad.
Creo que se ha convertido en un tema demasiado hablado para
lo básico que es. Así que solo diré lo siguiente: No me gusta que me manden. Está
claro que prefiero dar la vuelta al mundo en guagua mientras hago las tareas
que subir a colgar la ropa porque me lo dice mi madre. Y así con todo.
Y creo que la clave está aquí. Deberían haberme enseñado que
las cosas que no quiero hacer, aquellas cosas que parecen obligaciones, también
tienen un claro beneficio para mí. Que en esa tanda de ropa había cosas mías y
que lo que fui a buscar a la ferretería era algo indispensable para nuestro
hogar.
Deberían haberme dicho que el “fin de semana” empezaba el jueves
y que los lunes, martes y miércoles se cogen para hacer las tareas del hogar
con una exaltación superlativa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario