Después de despedirnos de aquella forma tan fugaz supe que
si volvíamos a vernos en circunstancias parecidas ninguno de nosotros seríamos
los mismos. Y aunque nos empeñásemos de forma sobrehumana en aparentar
normalidad sabríamos que aquello que había tardado tanto en florecer ya estaba prácticamente
marchito.
Y es que, aunque la tristeza se apoderó de mi durante un
segundo supe ver y comprender que quizás, y como siempre quizás, aquello iba a
ser mejor para todos. Que quizás necesitábamos romper con el pasado para
continuar explorando el futuro. Que, como se hace con las cosas, hay que
deshacerse de lo viejo para dejar entrar lo nuevo aunque tengamos un apego casi
enfermizo por esas cosas viejas que ya no utilizamos.
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