Este año prácticamente no me he dado cuenta de que estamos
en diciembre. Parece que los días pasan de dos en dos y a vences de tres en
tres. El problema de esto es que la navidad, fin de año y todas estas fechas “complicadas”,
se me han venido un poco encima.
Pensaba que era un problema mío, desde que tengo tanto
tiempo disponible los días se me pasan rápido aunque parezca mentira. Ahora
tengo más tiempo para hacer aquellas cosas que antes no me podía permitir, pero
es que parece que es un sentimiento general.
Que la crisis, los recortes, la corrupción desmesurada, los días de
bajón…acompañan a todo el mundo allí a donde vayan y que eso del “ambiente
navideño” ha quedado en el olvido.
En mi casa, por ejemplo, nadie quería armar el árbol. Yo no
lo podía entender. Todos los adornos están en una misma caja y el árbol es de
fácil montaje, así que la excusa de que se tarda mucho tiempo no me vale. Y es
que lo preocupantes fue ir preguntando a la gente y la respuesta era la misma: “Este
año no he montado el árbol. Es el primer año que no lo pongo, pero ya estaba cansada.”
Parece que es eso, la gente está cansada. Cansada de que se
las mangonee a su antojo, de que todo tenga que ser como digan cuatro payasos y
que si se dice que hay crisis, hay crisis y penuria y hambre y falta de dinero
y pocas ganas de sonreír y pocas ganas de vivir y…
Las navidades no son mis fiestas favoritas, ni de lejos. Más
bien me he centrado en aborrecerlas cada año más, pero es como todo, el miedo a
perder algo nos hace quererlo y es que el miedo a perder las cenas navideñas, la
iluminación tan característica del árbol por las noches, los adornos por las
casas, las calles…Sería aún más deprimente y parece que la gente ha terminado
por aceptar este sentimiento como algo natural.
De cualquier forma, me levanté el domingo 8 y armé el
maldito árbol, con sus luces de colores y sus “chirimbolos” plateados y
dorados.
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