Este reencuentro me ha sabido a poco.
No me refiero solo a ese reencuentro, me refiero a los
reencuentros de esta última semana. Se trata de lo que aún está ahí, de
nosotros en nuestra sede central, de ella llevándome a la universidad, de los
recuerdos que hemos creado a partir de eso y de los recuerdos que aún quedan de
nosotros, de todos nosotros.
Quién diga que el poder reside en el dinero es un
materialista, pero quién diga que el poder, la gloria y la felicidad residen en
los recuerdos de un pasado aparentemente feliz es más que un dios, porque tiene
el poder de hacer que todo lo malo del presente se esconda tras una cortina de
recuerdos, que todo aquello perjudicial para el alma no vale nada cuando
alguien se alimenta de la felicidad de un momento pasado.
Quizás es esto lo que me ha sucedido a mí, después de haber caído
y haberme sumido en la oscuridad de la angustia he conseguido ponerme nuevamente
de pie y no gracias a mi esfuerzo ni a un milagro nacido de la nada. Salir de
la negrura es difícil cuando a una ya la ha envuelto casi por completo, pero alguien,
ellos, supieron calmar los dolores del presente, derribar las barreras del
tiempo y olvidar que las cosas se apagan lentamente. Ellos supieron levantar mi
ánimo dormido, mis ganas de seguir. Supieron, sin saberlo, devolverme esta
alegría que aún estoy descubriendo.
Y por supuesto, ella me devolvió a la realidad del pasado
antaño, a los recuerdos de la etapa de cansancio, a la de crecimiento, a lo
bueno y lo malo del ahora. Me hizo recordar la seguridad del pasado pero
también la realidad de nuestro presente tan alejado, tan alejado la una de la
otra sin aparente solución.
Y así sigo alimentándome de recuerdos, sin vísperas a un
nuevo reencuentro.
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