Después de mirarlo con perspectiva, me di cuenta de que
tampoco estaba tan mal, que a la larga la decisión que había decidido tomar iba
a ser poco aceptada pero que para mí, y a la corta, significaba un alivio y
quizás también una muy buena excusa.
Me consuelo diciendo que aún tengo tiempo de cambiar mi
decisión, pero creo que después de este año agotador, de tantas lágrimas a
escondidas y tantas risas ganadas tras la matanza de ingeniería, me merezco
poder decidir sobre mí y por supuesto sobre mi futuro. Creo que me merezco
poder elegir entre cuatro años de torturas o continuar con la felicidad que ha
ido creciendo este último año sin tener que cambiar mi elección por el “qué
dirán”.
Me merezco poder seguir siendo feliz, como todo el mundo.
Por fin he entendido que está en mi el poder cambiar una pieza de la maquinaria
y aceptar que la vida, con sus subidas y sus bajadas, puede ser extremadamente
placentera si sabemos discernir entre lo que nos conviene y nos hace felices, y
aquellas decisiones que tomamos por obligación convencidos de que en realidad
tenemos el poder de elegir.
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