Le extraño.
Extraño las risas, los paseos nocturnos junto al mar, los
cotilleos a la luz de la luna, las canciones ridículas, la complicidad en el
ojo ajeno, las mañanas deprimentes, y la obligación de vernos todos los días.
Extraño de él, mi cómplice, casi todo. Más que nada, echo de
menos la forma en que me hacía reír, la verdad en sus palabras firmes, la
confianza a cualquier hora del día, en el lugar que fuese.
Extraño tener a alguien tan íntegro y seguro de sí mismo a
mi lado y curiosamente era justamente esto lo que más me molestaba de él. Es
raro, lo que más detestaba por aquel entonces se ha convertido en algo que extraño
de aquellos tiempos.
Era como el hermano mayor del que sigues ejemplo. Siempre
madurez y adelanto acompasado de una voz grave y firme que raramente dejaba
lugar a crítica. Su seguridad, su talante, su fuerza, su sentido del humor, su
risa, sus gestos.
Extrañar a un amigo es difícil cuando el poder de los
recuerdos más felices ya se ha incrustado en cada poro de tus huesos, cuando el
tiempo pasa para todos y lo notas solo en ti. Cuando la línea temporal se rompe
para ambos en el momento en el que uno se separa para dejar que la vida y la
grandeza lo sigan acompañando, para que los recuerdos buenos del pasado lo
sigan siendo incluso aún más.
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