Después de despedirnos con cuidado, sabiendo que
probablemente no nos volveríamos a ver a corto plazo, me di cuenta de que
realmente ninguno de ellos, ninguna de ellas, esperaba como yo una amistad
eterna. Que ninguno, ninguna, a corto plazo tendría ganas de un nuevo
reencuentro.
Sé que en noviembre las calles empezaban a enfriarse y que
nosotros, bien o mal, manteníamos el calor de la amistad de aquel grupo grande,
unido, que muchos veían inalcanzable, quizás porque ya habían habido demasiados
grandes momentos, demasiadas risas y palabras clave, en clave, que alguien
nuevo no llegaría nunca a entender.
Pero ya para diciembre el declive casi total se hizo más que
evidente. Quizás fue por la ausencia de uno de los “grandes”, por la lejanía
del trayecto o por, como ya he dicho, la carente emoción ante un posible
reencuentro.
Sea como sea, un año nuevo empezó. Desconozco que es lo que
vendrá para nosotros a partir de ahora. Quizás me sorprendan y podamos vernos
de nuevo sin esa necesitad casi enfermiza por las discotecas y la música
estridente armada, como de costumbre, con silenciador de palabras.
O quizás, simplemente, me toque como siempre seguir
alimentándome de recuerdos aunque yo tampoco esté tan segura de desear más de
un reencuentro sabiendo, como sé, que ni somos los mismos ni las palabras clave
siguen teniendo el mismo significado.
A pesar de todo, y como siempre, doy las gracias a aquel
grupo tan loco que durante años curó, sin saber, heridas con risas.