El futuro.
Ese ser desconocido al que solemos temer y nombrar en vano.
El futuro para mí, además de incierto, se ha convertido en
ese monstruo debajo de la cama.
¿Cuál es la decisión que he de tomar? ¿A qué me voy a
dedicar? ¿Qué voy a hacer? No tengo nada claro y el tiempo corre, como siempre,
en mi contra. Parece que he de sacarme una respuesta de la manga para que todos
dejen de preguntarme qué mierda es lo que haré el próximo año.
No lo sé. Soy de esa clase de personas inseguras que se han
dedicado a vivir sueños que parecían suyos, sueños quizá prestados o impuestos.
No sé.
Lo que sé, es que llevaba seis años repitiendo que quería
ser ingeniera, que “si uno hace lo que de
verdad quiere y le gusta todo le va a ir bien”. Llevaba seis años
repitiéndome que aquello, (aquella
matanza que fue ingeniería), era mi única meta, mi único futuro y ahora, en
este año parcialmente sabático, hinco los codos pensando en cuál va a ser mi
siguiente meta. No hay nada, ningún sueño, ninguna carrera por la que sienta
aquella determinación tan feroz que sentía por entonces por ingeniería.
Por tanto, si una desconoce que es lo que quiere hacer,
¿cómo pretenden que vuelva a meterme en aquella espiral de angustia que fue
para mí la universidad?
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