Y me fui de ahí, con el corazón en un puño, con el temor de
no hacer amigos, con el miedo en el cuerpo y el alma encogida. Si el instituto era una cárcel, aquello era la selva.
Me subí a una guagua, sin saber muy bien que más hacer. Subí
a Tafira depositando en aquel camino todas mis esperanzas. Yo quería ser
ingeniera, por lo menos llevaba mucho tiempo diciendo que quería serlo. No
había plan B.
Sabiendo o sin saberlo me convertí en vidente y anticipé
muchas malas jugadas. Esta vez, el destino no me perdonó y me fue muy difícil
admitir mi fracaso. Yo quería llegar a ser alguien, algo. Algo más que la
Giulietta tan simple, mundana y carente de cualquier don, especialidad o
característica fantástica.
Pero no importó nada lo que yo quería porque caí, caí y caí.
Menos mal que los tenía a ellos…
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