miércoles, 28 de mayo de 2014

El tiempo pone a cada uno en su lugar.


El tiempo.

            Lo increíble es que hace unas semanas había entrado en pánico pensando que todo lo que había ido cultivando se iría con la primera tormenta. Ahora, cuando todo parece volver a su sitio, es cuando logro verlo todo en perspectiva, con una imparcialidad sorprendente incluso para mí.

Él ha vuelto, nosotros volvemos a ser los mismos y todo vuelve a la normalidad.

            Me sorprendo ahora de la actitud que tomé por aquel entonces: entrando en pánico al instante, sintiéndome culpable y triste al mismo tiempo, implorando por un cambio, una señal, un “algo” que devolviese todo a su sitio.

            Con los días, las cosas volvieron a establecerse. Pasé de la tristeza a la aceptación, del pánico a la comodidad y me resigné, sin mucho problema, al cambio.

“Tampoco se está tan mal. De hecho, no se está nada, nada mal.”

            Tras la vuelta del retiro, la energía renovada y la tranquilidad de la estabilidad, llegan las noticias frescas, los “¿por qué?” y los “¿y ahora qué?” y me zambullo a pensar en qué pasará ahora que ya me había acomodado en este nuevo ambiente.

             De pronto, las viejas costumbres me parecieron enemigas, las antiguas bromas me sonaban a tragedia y las esporádicas caricias de antaño me parecieron ajenas y demasiado ardientes.

“¿Quién eres y por qué estás aquí? Con lo cómoda que yo estaba en la tranquilidad de la seguridad de saber que había aceptado que tú ya no estarías.”

El tiempo…

             Me ha devuelto algo que no estaba preparada para perder pero algo que no estaba segura de querer devuelta.

             Miedo al cambio. Pánico a no saber cómo adaptarme a él.

¿Qué será de mí sin él? ¿Qué será ahora conmigo? ¿Qué será?

El tiempo lo dirá…supongo. 

domingo, 25 de mayo de 2014

" Whiskys a Destiempo "


             A mí también me gusta crear expectativas en los demás.
 Averiguar cuál es la verdad en la mentira hace que todo sea más enigmático y peligroso.

             Observar las caras desconcertadas, los rostros perplejos, hace que el juego del amor sea alcanzable para cualquiera. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

El Elefante Encadenado - Jorge Bucay

         


          “Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales... Pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.

           Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.

El misterio sigue pareciéndome evidente.

¿Qué lo sujeta entonces?
¿Por qué no huye?

           Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

           Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?».

           No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.

           Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:
           El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

           Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.

           Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro...

           Hasta que, un día, un día terrible para su historia futura, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

           Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.

           Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza...

           Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: No puedo, no puedo y nunca podré.

           Hemos crecido llevando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.

           Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos:

«No puedo, no puedo y nunca podré. »”

martes, 13 de mayo de 2014

No me lo digas.


           "Él no encontró la forma de decírmelo y yo tampoco quería que él me lo dijese.

           No me creía capaz de enfrentarme a eso principalmente, (y siendo totalmente egoísta), porque no quería que lo que teníamos hasta entonces se fuese por la borda. No quería que él se arriesgase a confesar sus sentimientos para ser nuevamente rechazado.

          Siempre me ha sucedido lo contrario, soy yo la que siempre quiere más de lo dos, siempre la que arriesga más y se choca contra la pared del "no". Nunca había tenido que rechazar a alguien hasta que le conocí, y como dije en alguna otra ocasión, fueron mis palabras las que le hicieron tomar el coraje necesario en aquel momento para confesarme todo aquello.  

          Pero esta vez fue diferente. Me centré en dejar clara nuestra amistad desde el principio, pensé que el primer rechazo le daría la confirmación de que nada podía suceder entre nosotros, pero ya no me sirven las viejas excusas y tampoco quería ser hipócrita en esta ocasión y aferrarme de nuevo a lo mismo.

          Le necesito como amigo, y volviendo a mi egoísmo confeso, los malos y cambiantes tiempos que están pasando en nuestro círculo me hacen aferrarme a él como una desquiciada, me hacen quererle más porque se lo merece, porque él es así. Porque los dos sacrificamos nuestro tiempo para estar con el otro, porque quiero a este amigo que mantiene mi alma unida cuando ni yo misma me reconozco.

          No puedo decirle que no ahora cuando todo lo que tengo para seguir bien es él, cuando estoy tan bien y tan entera. No, cuando empiezo a perdonarme por todo."

domingo, 11 de mayo de 2014

"Adiós."


          Le dije adiós con la creciente esperanza de un nuevo reencuentro.

          Abracé ese cuerpo cálido y familiar que me transportaba a mi infancia más feliz y le deseé buen viaje, a pesar de saber que posiblemente lo nuestro solo fuese una relación de distancias largas, sujeta por la frágil sinceridad de unas líneas a veces forzadas y alguna "llamadita rápida" siempre por la noche.

          Me despedí velozmente intentando ahogar las lágrimas que asomaban por mis ojos. Traté de que la tristeza que sentía en aquel momento no fuese palpable y procuré camuflarla con una broma de poca gracia y una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.

         “Nos vemos”- Le dije, pero dentro de mi supe que si la vida nos volvía a juntar ya no seríamos los mismos.

          Que si por un casual hubiese otro reencuentro sabía que, a pesar de las palabras y las llamadas rápidas, tendríamos que aprender a conocernos otra vez. Tendríamos que tantear nuestros límites de nuevo, navegar entre el mar de la incomodidad y, como siempre, la despedida más amarga nos esperaría al final de nuestro viaje.  

miércoles, 7 de mayo de 2014

Nada.




         “Meditándolo internamente encontré la forma de aislarme de todo, de ser únicamente yo sólo por un minuto. Encontré la forma de olvidarme del mundo, de las cosas materiales de esta vida que nos hacen tan frágiles y desgraciados. Por un momento sólo estaba yo, sin nada, sin nadie. Sentía lo que tenía, veía lo que era, tocaba aquello que no se puede palpar.

          Por un momento lo entendí todo y luego desperté y ya no quedaba nada.”

sábado, 3 de mayo de 2014

Deep


            Estoy de bajón. Hoy siento que mi vida no va a ningún lado. Mis pasos son lentos, la mirada gacha, la frente fruncida. 

¿Qué me pasa?

           ¿Es el hecho de que él me deje en la estocada cuando más me hace falta? ¿Cuando por fin empiezo a darme cuenta de lo que significa realmente para mí? ¿De dónde viene esta tristeza?

           Ahora se trata de entender que las cosas se acaban, que este año sabático ya termina y toca hacerme a la idea de que posiblemente ellos ya no puedan estar. No, al menos, como hasta ahora. O posiblemente solo nace de saber que el tiempo se me acaba, que lo que viene, a partir de ahora, sea otra vez una cuesta empinada, un camino solitario y, con mucha seguridad, otra lucha a solas.

           Sigo sin entender que es lo que me pasa. Estas cosas ya las sabía ayer, era consciente de lo que me quedaba y también de aquellas cosas que voy a tener que dejar en el camino para labrarme un futuro un poquito mejor. Es por esto que no entiendo cómo, de repente, ya no logro encontrar aquella risa que salía con facilidad hace apenas unas horas. No logro comprender como de un momento a otro se puede pasar de una felicidad aparentemente plena a un bajón inmejorable.  

            Este día ya empezaba mal sin lo de él, pero parece que ha sido el bombazo definitivo, el último argumento que necesitaba para volver a la cama y no salir más. Le necesito, aún no sé muy bien de qué manera pero me mantiene feliz, expectante ante la vida. Siempre contenta. Y es que, si él no está, ¿quién va a "carrilear" esta línea?