domingo, 8 de marzo de 2015

“El que enamorado está del mar, entenderá mis palabras.”


            Tras una semana larguísima, llega el domingo solitario de “relax” en el que dedico la mayor parte del tiempo en llenarme de energía para capear otra semana, otro temporal. Es por eso que después de haber dudado tanto conseguí meter mis apuntes, las llaves y la cartera en el bolso y partir hacia la costa más cercana.

             No creo que la elección de mi destino haya sido una casualidad. De vez en cuando, el cuerpo me pide desconectar de todo lo que me ata a cualquier tipo de responsabilidad y después de 20 años comienzo a entender que el único remedio es el sonido del viento, el olor a salitre y la tranquilidad que despierta el mar.

            Comienzo a realizar que cuando las malas noticias cruzan la costa, la impotencia de no saber cómo actuar hace que intente buscar las respuestas entre la arena revuelta de la orilla. Hace que, durante un rato, tenga una ocupación que me mantenga distraída del resto de problemas a mi alrededor.

           Y es que al fin comprendo que el mar me tranquiliza porque hace que la distancia parezca más corta.  

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